
Mi segunda estrella fue triste, se alegró con mi compañía. Se iluminaba para mí y por mí, se dedicó a embellecerme el cielo y a quitarme la visión de las demás estrellas. Un día divisé a otra estrella y entristecí porque mi estrella me ocultaba las cosas hermosas del cielo y la dejé allí, sola, sin mí.
Mi tercera estrella fue radiante, me contagiaba su luminosidad, me atrajo con tanto brillo y me quedé a su lado hasta que su resplandor empezó a enceguecerme, no podía verla más, tuve que irme lejos.
En el camino encontré a mi cuarta estrella, la confundí, y la tomé, fui muy feliz con ella, pero esta estrella buscaba a otra muy parecida a mí y yo buscaba a una estrella muy parecida a ella, sin embargo podíamos vivir felices con la confusión, pero yo decidí continuar.
Mi quinta estrella, no sé hasta ahora si fue estrella, pero lo simuló muy bien. Fue la estrella más vacilante que tuve y nunca lo supe hasta el final, pero vivimos muy felices juntos, hasta que dejó de iluminarme y sólo me dio oscuridad, entonces decidí partir.
Mi sexta estrella fue un lucero, era grande y yo pude llegar hasta ella, me alojó en su seno y me acurruqué como un bebé, me sentí segura a su lado, pero los luceros desaparecen y me hizo prometer que me iría con él, no pude hacerlo, había mucho cielo por conocer aún.
Ahora sólo las miro, algunas aún me llaman, me miran desde arriba, hasta que decida otra vez subir, pero debo descansar, ahora es de día.
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