lunes, octubre 31, 2005

Soledad

Salió de su casa como cada tarde. Solía caminar por las calles, por calles oscuras que ocultaran su llanto, buscando siempre lo que debía encontrar. No sabía cómo era ni dónde se hallaba, confiaba en que la casualidad y el destino la llevarían hasta “aquella persona” que acabaría con sus días de tristeza.

Soledad, se sentaba en los parques a mirar la gente pasar, buscaba sus ojos como tratando de penetrar en su alma. Los observaba fijamente para ver quien sería el que se atrevería a escucharla, a interesarse por ella. Miraba a los niños, a los jóvenes, a los señores y hasta a los ancianos, de cualquier sexo, eso no importaba, sólo importaba que fuera como ella, que sintiera como ella, ya no quería sentirse tan sola, ya no quería ocultarse más ante sus conocidos.
Quería hablar, disfrutar de sus gustos sin temores. A veces sólo se sentaba en los parques sin mirar a nadie, sumida en la más profunda de sus tristezas, pensando en no continuar, en no seguir más con esa absurda búsqueda, en la que había perdido gran parte de su vida, quien tuviera que llegar llegaría sin que lo busque, alguien que estuviera pasando por lo mismo que ella, que se comprendieran.


Pero por momentos sentía prisa de terminar su búsqueda, de hallar de una vez el remedio para ella, la parte que le correspondía en este mundo, cada vez su tristeza la lastimaba más, lloraba mirando el vacío, como si quisiera que sus lágrimas atrajeran más rápido el destino. Como si sus lágrimas fueran un canto de sirena que atraía a las personas a su mundo.

Nadie parecía percatarse de su presencia, era como si no existiera, como si fuera invisible como si su nombre la hubiera predestinado a lo que vivía y se dio cuenta que el mundo era demasiado grande, que todos tenían algo que hacer, alguien con quien hablar; que, ni llorando toda su vida lograría encontrar lo que buscaba. Decidió continuar y vivir aunque nunca encontrara lo suyo, decidió tomar lo que humildemente le llegue. Intentó recordar algo de ella pero no pudo, sólo podía recordar que pasaba los días paseando por los parques tranquilos o sentada frente al mar mirando un atardecer. Los recuerdos se habían borrado de su mente por completo, sólo se veía a sí misma caminando y llorando su tristeza. Se preocupó por esa amnesia temporal. El sol estaba mengüando, se acostó en el banco de un parque para que el sueño pudiera recobrar todos sus recuerdos. Sintió el sol quemándole la piel y sintió el viento de la tarde refrescándola luego, sentía que el sueño la vencía, decidió dormir para que al despertar empezara con su nueva vida, sin búsquedas, ni tristezas.
Durmió con mucha paz después de un largo tiempo. Cuando empezaba a despertar, sus ojos aún no podían divisar nada, había demasiada luz, sólo escuchó una voz muy lejana que decía: “Pobre, hace varias horas que ha muerto”.

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